Un extraño tiempo, su cara, la del tiempo, trascurría en la cara
de Elena. Yo entonces jugaba, tenía sueños audaces, ella me veía y a su vez
también soñaba, quiero creer, sueños semejantes. Sus ojos eran, en ese tiempo
extraño, dos manzanas de Idunn, así los veía, anclarse en los míos, cada
mañana. La muerte ocurría en otros mundos, acaso fuese un rumor, una mitología.
Un día fatal, no supe más de ella, las malas noticias comenzaron a ser
crecientes. Supe, a mí pesar, que las manzanas doradas pertenecen a otro mundo,
mas no la muerte. El tiempo, ahora vulgar, sucedería en otras caras, aún la
mía, dramáticamente. No he tenido, desde los tiempos de Elena, ambiciones más
elegantes.
Hoy he resuelto cumplir con mi destino de gigante, me
tornaré en águila, e iré, tras los ojos de Elena, no importa en qué cara hoy se
encuentren. Y moriré. Lo saben todos en Asgard.
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