lunes, 10 de septiembre de 2012

Su verdadero nombre


Tembló cuando sucedió el beso, la niña que ahora recuerdo con dificultad. A veces su boca está pintada, otras no. Ardua e inútilmente busco restaurar todo aquello. Así temblará, creo yo, cada vez que un hombre acierte, en su exaltación o agonía, su verdadero nombre. Sé o pretendo saber que en el momento aquel también temblé yo. Ella que abrió su boca y atrapó su justo nombre en mi boca, a su vez, me reveló el alfabeto, el otro, el misterio, con el que se cifraron los besos de  cleopatra, magdalena y anaïs nin.
Dentro de mucho tiempo, un tiempo equidistante, otros sabrán, o saben, de nuestro beso. Y  en el ayer aún la alquimia sucede por vez primera.

Sebastián Ariel Rodríguez (autor)

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ojos Dorados


Un extraño  tiempo,  su cara, la del tiempo, trascurría en la cara de Elena. Yo entonces jugaba, tenía sueños audaces, ella me veía y a su vez también soñaba, quiero creer, sueños semejantes. Sus ojos eran, en ese tiempo extraño, dos manzanas de Idunn, así los veía, anclarse en los míos, cada mañana. La muerte ocurría en otros mundos, acaso fuese un rumor, una mitología. Un día fatal, no supe más de ella, las malas noticias comenzaron a ser crecientes. Supe, a mí pesar, que las manzanas doradas pertenecen a otro mundo, mas no la muerte. El tiempo, ahora vulgar, sucedería en otras caras, aún la mía, dramáticamente. No he tenido, desde los tiempos de Elena, ambiciones más elegantes.
Hoy he resuelto cumplir con mi destino de gigante, me tornaré en águila, e iré, tras los ojos de Elena, no importa en qué cara hoy se encuentren. Y moriré. Lo saben todos en Asgard.


miércoles, 22 de agosto de 2012

Ay Furor


Ay furor               pecho mío
                soy un hombre triste
igual que Benedetti olvido
el suicidio es
casi siempre gratuito
me aguardan tormentas
lunas como puños
una mujer tan impura
                como yo
dolor     tigre
dolor     perro
dolor     me muero
mi muerte
caeremos
vos y yo seremos
ridículos y tiernos
no seré feliz       claro
ni siquiera triste
                y luego el viento


viernes, 20 de julio de 2012

Esa copa de besos


Nunca habría bebido yo de esa copa de besos de haber sabido que cada gota era más cercana al destierro que a la cicuta; aún así vaya para Esculapio, un gallo. Nunca, le estoy diciendo y escuche y preste atención, habría bebido, fue de un genial único sorbo, de esa boca cargada hasta el borde de besos, mi suicidio maravilloso no pudo ser, de haber yo sabido que me estaba bebiendo inconciente ese grano de arena que se cuenta es el desierto. Nunca, pero nunca, le juro y entiéndalo bien, habría yo besado aquel beso, mordido su copa, romperme la boca contra esa calle colmada hasta el borde de ausencias, de haberme enterado que no podría ir jamás a otro lado, que pasaría las noches vagando errante por la calle que le cuento está usted y todas ésta multitud de ausentes, y nadie más, vea no hay nadie más, y no cabe un alma más, ¿cómo se explica esto señor?.